La artritis reumatoide es una patología en la que la inflamación y deformidad de las articulaciones es la protagonista, lo que causa dolor y dificulta la movilización de las mismas.
A pesar de que actualmente no existe un tratamiento curativo para esta enfermedad, los diferentes fármacos disponibles a día de hoy se centran en disminuir los síntomas, enlentecer o detener la alteración de las articulaciones, reducir al máximo posible los brotes y mejorar la calidad de vida de las personas que la padecen.
Existen tres grupos de fármacos principales utilizados en el tratamiento de la artritis reumatoide:
-Antiinflamatorios no esteroideos (AINEs):
A este grupo pertenecen fármacos tan conocidos como el Ibuprofeno, el Dexketoprofeno o el Naproxeno. Son muy utilizados por su poder para disminuir el dolor y la inflamación, pero no están exentos de efectos secundarios.
Dentro de estos, los más frecuentes son los relacionados con el sistema digestivo. Por suerte, en la mayoría de las ocasiones se producen irritaciones leves de la mucosa digestiva que no suelen dar síntomas, aunque pueden llegar a provocar otras situaciones más graves (hemorragias digestivas, úlceras gástricas, etc).
También pueden aumentar la tensión arterial (por lo que deben evitarse en personas que padezcan hipertensión) y causar retención de líquidos, provocando edemas en los pies y los tobillos.
Son fármacos que hay que evitar si se tienen problemas renales o cardíacos y tampoco deben consumirlos personas que estén en tratamiento con anticoagulantes (como Sintrom, Apixaban, Edoxaban…) porque aumentan el riesgo de sangrado.
La aparición de estos posibles efectos secundarios es más probable si los AINEs se toman en dosis elevadas o durante un tiempo mayor al recomendado. También hay que tener en cuenta que con la edad aumenta el riesgo de que aparezcan efectos secundarios.
Es importante aclarar que su eficacia no aumenta al aumentar la dosis, por el contrario sí que aumenta el riesgo de efectos adversos graves. Al igual que se debe evitar combinar varios fármacos de este grupo, ya que no estaríamos ganando eficacia pero sí aumentando los riesgos asociados a su consumo.
-Corticosteroides:
Algunos ejemplos de este grupo de fármacos son la Prednisona o la Hidrocortisona. Son unos excelentes antiinflamatorios, de hecho, los más potentes hasta la actualidad en el mercado farmacológico, y también tienen la capacidad de suprimir el sistema inmunológico (de ahí su uso común en muchas enfermedades de base inflamatoria o inmunológica).
A pesar de ello, su fama entre sanitarios y pacientes no es muy positiva, debido a sus potenciales efectos secundarios. Tanto unos como otros intentamos que su uso sea durante el menor tiempo posible y a la menor dosis que haga que la sintomatología remita.
Cuando se administran de forma oral (vía de administración más frecuente en la artritis reumatoide) pueden producir molestias digestivas, retención de líquidos, aumento de peso, la famosa cara de luna llena o elevación de la presión arterial.
Además, pueden producir alteraciones del comportamiento o de la memoria, alteraciones a nivel emocional o insomnio.
En aquellas personas que tienen que realizar un tratamiento prolongado con corticosteroides, hay que vigilar la aparición de posibles alteraciones oculares o de osteoporosis, así como tener en cuenta que en caso de que aparezca alguna alteración en la piel, la cicatrización va a ser más lenta.
En pacientes diabéticos es necesario controlar más de cerca sus cifras de glucosa en sangre, ya que el tratamiento con corticosteroides puede aumentarlas, haciendo que se requiera un ajuste de la medicación habitual utilizada para la diabetes.
Tampoco podemos olvidar que el hecho de tomar corticosteroides hace que se produzca una situación de inmunosupresión y, por lo tanto, la persona esté más expuesta a las infecciones.
Al igual que los AINEs, los corticosteroides deben consumirse durante el menor tiempo posible y a la menor dosis efectiva que sirva para manejar la sintomatología, ya que estas pautas disminuyen la posibilidad de aparición de efectos secundarios.
También es importante recalcar que cuando se deja este tratamiento es necesario hacerlo de forma progresiva, ya que hay que evitar que se produzca un fallo de las glándulas suprarrenales. Estas, son las encargadas de producir hormonas esteroideas de forma natural y al llevar mucho tiempo fuera de combate (al administrar estas hormonas de forma externa) necesitan volver a ponerse en marcha.
-Fármacos modificadores de la enfermedad (FARME):
Los modificadores de la enfermedad, son fármacos que tienen efecto inmunosupresor y que se utilizan para el control de las enfermedades reumatológicas, entre ellas, la artritis reumatoide.
El objetivo principal de estos medicamentos es tratar de conseguir la remisión de la enfermedad y disminuir tanto los brotes como el uso prolongado y excesivo de corticoides, debido a todos sus posibles efectos secundarios comentados anteriormente.
En este grupo se encuentran fármacos clasificados en dos grupos, los no biológicos (como el Metotrexato, la Sulfasalacina, la Leflunomida o la Hidroxicloroquina) y los biológicos (Abatacept, Adalimumab, Anakinra, Etanercept, Infliximab, Rituximab, etc).
No hay estudios suficientes que indiquen si alguno de ellos causa más efectos secundarios que otro, por lo que son usados indistintamente respecto a este criterio de elección.
Entre sus principales efectos secundarios están las molestias digestivas, la pérdida de cabello, las erupciones cutáneas y las úlceras bucales. También pueden provocar fiebre, dolores de cabeza, sensación de cansancio o de dificultad de concentración.
Por ejemplo, en el caso del metotrexato es frecuente que las enzimas hepáticas se eleven en la analítica por ello hay que realizar controles frecuentes. Además, para evitar la aparición de una complicación llamada aplasia medular se administra ácido fólico en conjunto con este fármaco.
La hidroxicloroquina también tiene algún efecto adverso especial como puede ser la alteración de la retina, ya que este fármaco tiene la capacidad de depositarse en este tejido.
Los fármacos biológicos producen sobre todo efectos secundarios relacionados con su vía de administración, provocando una reacción local (enrojecimiento, hinchazón…). Pero también se han asociado con efectos secundarios sistémicos como dolores de cabeza, diarreas o náuseas.
En algunos casos, estos dos últimos grupos de fármacos pueden llegar a provocar efectos secundarios graves como infecciones (tuberculosis, infección por hongos, etc). Por ello, antes de prescribirlos, se suelen realizar pruebas para confirmar que no existen una tuberculosis latente o una infección por virus de la hepatitis B o C que podrían reactivarse al tomar el fármaco. A pesar de que son efectos secundarios mucho menos frecuentes, no podemos dejar de mencionar que se relacionan también con un incremento de patología tumoral, por ejemplo de linfomas.
Los estudios indican que el hecho de tomar un fármaco biológico por un tiempo prolongado no aumenta el riesgo de padecer efectos secundarios graves; al igual que tampoco aumenta el riesgo de padecer efectos secundarios el combinar un fármaco modificador de la enfermedad y un biológico.
Entonces, teniendo en cuenta todo esto, ¿cómo elegimos el fármaco más adecuado en cada caso?
Cuando se elige un fármaco para el tratamiento de la artritis reumatoide hay que valorar de forma individual hasta qué punto los beneficios superan los riesgos de cada medicamento y elegir en base a este equilibrio.
Además, hay que tener en cuenta qué fármaco es el más adecuado para el paciente por su estilo de vida (no es lo mismo tener que tomarse una pastilla a diario que una vez a la semana o tener que acudir a un centro hospitalario cada cierto tiempo para la administración del medicamento). Siempre se debe explicar al paciente a qué síntomas debe estar atento para comunicarlos como sospecha de un posible efecto secundario del fármaco que se ha prescrito, por si fuese necesario realizar un cambio de tratamiento.
Por último, hay que destacar la importancia que tiene el estilo de vida en el desarrollo de esta patología. No podemos olvidarnos que unos hábitos de vida basados en una alimentación antiinflamatoria, la práctica regular de ejercicio (especialmente de fuerza para disminuir el riesgo de osteoporosis), la gestión adecuada de las emociones y unos biorritmos adecuados nos ayudarán claramente a disminuir tanto la progresión de la enfermedad, la sintomatología así como los posibles efectos secundarios derivados del tratamiento farmacológico necesitado.
Bibliografía
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Saag KG, et al. Major side effects of systemic glucocorticoids. https://www.uptodate.com/contents/search