El sistema digestivo está expuesto a diario a multitud de sustancias, tanto patógenas como inocuas, es el primer contacto que el mundo exterior tiene con nuestro cuerpo interno. Por ello, no es de extrañar que en el intestino se encuentre la parte más extensa y compleja del sistema inmunitario, hasta un 70%, pues debe ser capaz de detectar aquellos agentes perjudiciales o tóxicos para el organismo, para expulsarlos, evitando que lleguen al torrente sanguíneo.
La pared de nuestro intestino está recubierta por una capa de mucosa, nuestra primera línea de defensa. Sobre ella se encuentra la microbiota intestinal, clave también para cumplir la misión del sistema inmune.
Esta capa está formada por células unidas entre sí por uniones estrechas que se abren y cierran permitiendo el paso de sustancias al interior del organismo. Es decir, es una pared PERMEABLE.
Esta permeabilidad es selectiva, pues igual que permite el paso de nutrientes, agua, vitaminas, minerales, etc. frena el paso de sustancias que se consideran perjudiciales para el organismo (tóxicos, metales pesados, bacterias, virus, etc.).
Por debajo de esta capa de moco, está la lámina propia, donde encontramos multitud de células pertenecientes al sistema inmunitario, es lo que llamamos, tejido linfoide asociado al intestino (GALT), que es el verdadero encargado de diferenciar las sustancias dañinas de las inocuas.
Cuando la capa mucosa se inflama o se daña, aumenta el espacio entre las células, permitiendo el paso de posibles sustancias que en condiciones normales, el cuerpo desecharía, es lo que llamamos HIPER-PERMEABILIDAD INTESTINAL.
Esto provocará que se filtren al organismo toxinas, microorganismos, metales pesados, restos de proteínas, citoquinas proinflamatorias, etc. provocando un ambiente inflamatorio y una alteración de la respuesta inmunitaria.
En consecuencia, nuestro sistema inmune, generará respuestas inapropiadas o exageradas contra las sustancias inofensivas presentes en los alimentos o en la mucosa intestinal, llevando a un estado de inflamación crónica de bajo grado y desencadenando desórdenes sistémicos como celiaquía, alergias alimentarias, SOP, enfermedades autoinmunes (psoriasis, hashimoto, artritis, lupus, endometriosis, etc) o neurodegenerativas (parkinson, alzheimer) entre otras.
Este cuadro, puede estar provocado por varios factores: déficit enzimático o de secreciones gástricas, disbiosis intestinales, déficits nutricionales, estrés crónico, tóxicos ambientales, malos hábitos alimenticios, etc.
La parte buena, es que la barrera intestinal tiene la capacidad de recuperarse frente a alguna perturbación, por ejemplo tras una intoxicación puntual, cirugía, etc. El problema es cuando se convierte en algo crónico.
Por ello, es muy importante indagar en el historial del paciente, no solo para solucionar el problema sino averiguar qué le está provocando ese aumento de permeabilidad intestinal, para poder abordarlo con mayor éxito.
Con intervenciones dietéticas, y estrategias que refuercen la barrera intestinal y el sistema inmune, podemos tratar de revertir esta situación.